martes, noviembre 28, 2006

Muerte civil

Son muchas las personas que han sido despojadas de sus derechos, se les ha borrado de la historia, de las fotos y de cualquier indicio que pueda constatar su propia existencia. Cuando a una persona se le marca de éste modo, también por extensión es aplicado a su familia, cónyuge, e hijos si los hubiere. Sólo el nombre de estos seres despojados de derecho alguno causa ruina. El resto de habitantes se ha acostumbrado a no nombrarlos, para que a ellos no les afecte el terrible mal del que hablo. Se trata de una ficción legal que consiste en una sanción que les conduce a una muerte a efectos jurídicos. Privando a las personas afectadas de todos los honores, de cualquier ayuda o subvención, del acceso a cualquier tipo de empleo conocido.

Cuando pasean, ni siquiera son vistos por el resto de transeúntes, se chocan con ellos y siguen de largo como si no les hubieran sentido, han perdido también el derecho de ser percibidos.

En esta tesitura, los muertos civiles se han creado sus propios derechos, y deambulan por las calles ejerciéndolos con alegría y serenidad. Pasean por la orilla de la playa en fila india, con velas en las manos y, de éste modo, tangentes al mar, iluminan su cambiante e irregular contorno. También en el bosque, se introducen y acompañan con palmas el sonido de las ramas, para así completar la música imposible y natural que los árboles emanan. También vagan por las calles tirando cartones que otros recogen para abrigarse en el duro invierno sin morada donde dormir. No son percibidos, pero han creado una comunidad que rellena los huecos existentes en nuestro plano.

Visto así podría parecer que están organizados, que se reúnen y planean cada uno de sus actos, pero no se da esta situación. Entre ellos tampoco se intuyen, ni siquiera saben que están juntos cuando ejercen sus imposibles derechos. A un muerto civil sólo lo puede ver un santo civil, éste último es consciente de su vagar y convive en armonía con los despojados de derechos y los que les negaron los mismos, como una especie de omnividente.

Si en alguna ocasión ves en la vía líneas de flores, miras por la ventana y ves un jardín colgante en vez de la fachada absurda y perenne de la calle de enfrente, pasas al lado de una gasolinera y hueles a café, es entonces cuando tu eres un santo civil y ellos están en tu plano.

El otro día, ahora yo me meto en la piel del protagonista de mis líneas, salía de casa para dirigirme al destripado aeropuerto de Manises. Tenía prisa porque iba a recibir a unos familiares, o tal vez no familiares sino a los creadores de toda la existencia que soy capaz de abarcar. El aeropuerto dista del lugar donde resido así que me fui al cajero para poder pagar el transporte. Cuando caminaba los cincuenta metros que separan el expendedor de billetes de mi casa una señora se me quedó mirando. Observé que lloraba, acariciando a una perra que dibujaba sus alternas manchas marrones y blancas y su mandíbula inferior un tanto salida al lado de ella. Seguí de largo con la indiferencia que caracteriza el presente. Me hice con el dinero tras teclear los números 8416 y deshice mis pasos para coger el taxi frente a mi casa.

La señora seguía sentada y llorando, cuando volví a pasar a su lado me habló:

- Señora: Perdone joven, ¿vive usted por aquí?
- Yo: Sí, ¿le ocurre a usted algo señora?
- Señora: Mira es que vivo (llantos), vivo aquí al lado en la calle Músico Ginés. Me decía mientras sacaba su documentación. Yo soy una ciudadana y se acerca fin de mes y no tengo donde acudir.
- Yo: Mire, lo siento, pero tengo mucha prisa.
-Señora: Por favor, déme usted 3 euros para comprar algo para la perra y aunque sea un bote de leche (llantos) para mí.

Me saqué el monedero y me di cuenta de que tan sólo llevaba quince céntimos sueltos. Así que le volví a decir que tenía prisa. Pasé un rato intentando zanjar la conversación y huir rápidamente de aquel sorpresivo encuentro. No le podía dar dinero, porque no tenía suelto, pero ella insistía no en el hecho de pedir pero sí en el de la persistencia del llanto. Ese llanto era más de vergüenza que de sufrimiento. Nadie la veía, pasaban extras a mi lado y juraría que si nos pusieramos en medio de la acera nos hubiesen pisado, o atravesado!.

- Señora: Yo le doy mi dirección, tengo aquí documentación. Por favor pase usted a verme a principios de mes y yo se lo daré.
- Yo: Mire señora le voy a dar diez euros porque no tengo suelto, espero que usted pueda encontrarse mejor. Debo marcharme.

Incrédula agarró los diez euros y me miró con sus ojos estrábicos. Porqué? Me preguntaba mientras yo, ya nervioso porque llegaba tarde, le decía que simplemente si yo me viese en su situación me gustaría que alguien pasase y me ayudase.

- Señora: ¿Como le llaman?
- Yo: Por regla general, Raúl, aunque algunos me llamaran de otra forma supongo.
- Señora: Yo soy Concha. ¿Me podrías dar un abrazo?

Le abracé, esa señora jamás sospecharía que una de mis más extravagantes aficiones es estrechar mis brazos con desconocidos. Acosté mi cabeza sobre la suya para que sintiese el afecto y la sinceridad de nuestro momentáneo confinamiento. Mientras la abrazaba me dijo que estaba enferma, observé sus dedos montados unos sobre los otros y su piel gris pálida y volví a tener ese extraño miedo que me hizo seguir de largo cuando la ví por primera vez. Pero seguí abrazandola, hasta poder olerla y notar ese aroma a ropa guardada meses en un armario. Me alejé a coger un taxi, ella gritaba a lo lejos “Lo sabía, sabía que me ayudarías…”. Terminé en el vehículo que me trasladaría a mi destino, taxista de pocas palabras que comía lentamente una manzana, después un chicle. Todo el trayecto pensé en la posibilidad de haber sido un ingenuo, ahora sé que soy un santo civil y Concha estaba muerta. Espero volver a verla.

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jueves, noviembre 23, 2006

Huesos, grasa y sangre

En 1976 se inaugura Mercavalencia, hoy en día la mayor concentración de empresas del sector agroalimentario de la Comunidad Valenciana. Con empresas dedicadas a carnes, pescados, flores, frutas y hortalizas. En sus inicios existen claros indicios de una práctica terrible realizada por el gerente de una de las empresas cárnicas. Sebastián Ballesteros era un hombre de negocios con un poblado bigote, pelo cano y penetrantes ojos azules. También llamaba la atención el que le faltase un trozo de oreja y desde la misma descendiese por el cuello una cicatriz que casi le llegaba al hombro. Pronto se instaló en el complejo para, así, aprovechar las ventajas logísticas y de servicios complementarios que la nueva ubicación le proporcionaba. Además de sus inquietudes económicas, Sebastián preparaba la realización de extraños experimentos con personas. En ese entorno macabro iba a realizar su proyecto, donde no huele a carne sino a una mezcla entre el olor cortante de la sangre y el indescriptible aroma del hueso aserrado, esencia de partículas de hueso y grasa en suspensión. Tal vez fue ese olor penetrante el que llevaría a Sebastián a buscar el lado salvaje y primitivo de la especie humana.

Valencia, como otras ciudades de cierto tamaño, es cuna de prácticas ilegales como peleas no regladas, peleas de animales, incluso juegos en los que se apuesta la propia vida, o el alma!. Pero Sebastián se quería desmarcar y con la ayuda de varios alcaldes de pueblos periféricos a la ciudad y de concejales corruptos organizó la macabra lucha por la supervivencia de un ser humano en condiciones extremas.

Para ello en una de las estancias de su empresa empezó a construir el decorado. Una habitación de diez metros cuadrados, totalmente acolchada, con mullidas paredes blancas, suelo forrado con una moqueta y en el techo un enorme foco que se incrustaba en lo que también era una superficie acolchada y roja. Además de lo descrito también existía un ligero abrevadero que podría ser llenado desde fuera, sus cantos también serían redondeados y almohadillados. Sebastián ya tenía su escenario, provisto de cámaras para ser presenciado desde una sala de proyecciones contigua.

El experimento consistiría en encerrar dentro de la estancia a un cerdo de 90 kilos de peso y un hombre de la misma envergadura que debería estar completamente desnudo. Estarían encerrados durante treinta días o hasta que uno de los dos muriese o fuera ejecutado por el otro, con la única provisión del líquido elemento. Era la brutal y absurda lucha entre un cerdo y un hombre por salvar la vida. El tiempo estimado de treinta días obedecía a las indicaciones realizadas por doctores y veterinarios de lo que aguantan cerdos y hombres sin comer. Durante el día el foco sería encendido a lo largo de unos segundos de manera intermitente y a diferentes horas, además la temperatura de la cámara tomaría un valor constante y aleatorio, entre los 5ºC y los 35ºC, cada día. De éste modo el que llegase al final de los treinta días necesariamente tendría que haberse alimentado de su oponente o, al menos, haber acabado con su vida. El que a mis oídos haya llegado ésta práctica me produce escalofríos.

Los participantes fueron buscados entre indigentes, algún voluntario y otras personas que, en su posición de necesidad absoluta, aceptaban a cambio de una importante suma de dinero. Fueron diez las personas que participaron, y con respecto a esto hay dos datos curiosos. Entre los ocho primeros ninguno sobrevivió y fueron devorados por los cochinos ante la impasible mirada de altos cargos y ejecutivos de la sociedad valenciana, que coreaban como en circo romano el triunfo de la bestia. El noveno participante, a los dieciséis días de estar encerrado acabó por matar al cerdo que moriría desangrado tras sufrir patadas y mordiscos en genitales y cara. De este modo salió vencedor y con cinco millones de las antiguas pesetas como premio, a cambio a lo largo de los años ha sufrido severos mareos y una ceguera casi completa, debido al sufrimiento y el hambre pasados.

El décimo participante sería el propio Sebastián, obsesionado por demostrar la valía salvaje del hombre y animado por el "triunfo" de Antonio Migrañas (noveno participante). También acabaría muriendo, al séptimo día sacaban lo que quedaba del cuerpo de Sebastián, que no sería otra cosa que lo que restaba del hombre que un día protagonizó la práctica más macabra que ha azotado a la capital del Turia. Aun quedan por ahí los médicos, veterinarios y cargos públicos cómplices de aquellos sucesos, algunos incluso llegaron a ministros de la nación. Y también la desfigurada imagen de Antonio Migrañas que aun padece los delirios que le acompañarían desde su épica lucha contra un animal de su mismo peso. Pero no sólo es la mente de Antonio la que sigue sufriendo el recuerdo de aquellos hechos.
Si algún día pasáis por los alrededores de Mercavalencia, en el silencio de la noche y bajo la luz cómplice de la luna, escucharéis los chillidos agudos y penetrantes de aquellos cerdos, los gritos desgarradores de los humanos usados como cobayas y los no menos macabros aullidos y risas de los organizadores. Locos por la mezcla de olor a hueso, grasa y sangre.

Aun recuerdo su escurridiza piel, era gruesa, casi impenetrable, yo le atacaba con un miedo a morir que no había sentido jamás. Convulso y débil por el hambre. Lo peor era cuando en nuestros enfrentamientos atenuados por la oscuridad se encendía aquel foco, después de ser deslumbrado sólo podía ver los ojos del animal, como yo, atormentado por el miedo y con la pupila transformada en un interrogante. Es lo más perverso que puede hacerse con personas y animales, salir con vida no fue vencer, fue un castigo que dura desde entonces. Todo me huele...

Antonio Migrañas, víctima del pasado oscuro y misterioso de otro de los rincones de la ciudad donde habito.

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lunes, noviembre 20, 2006

La teoría del profesor van Heerde


Immanuel van Heerde nace en Alkmaar en 1969, pequeño pueblo situado entre las ciudades de Amsterdam y Den Helder. Pasó toda su infancia en este peculiar pueblo, paseando en barca por los canales y acudiendo puntualmente al mercado del queso que, cada viernes de verano, hacía las delicias de lugareños y foráneos. Así creció jugando con amigos y sintiendo texturas de distintos quesos en su agradecido paladar. Immanuel fue siempre buen estudiante, desde temprana edad quería ser ingeniero civil, “para arreglar el problema del drenaje en su pueblo”, como le gustaba a él decir. Se Había quedado marcado por las terribles inundaciones de las que le hablaban sus padres, tíos y abuelos.

Pero cuando llegó la hora de la verdad, eligió lo que le dictaba el corazón y no el entorno, de éste modo, anunció a su familia que se iría a estudiar a la Vrije Universiteit Amsterdam, en la facultad de psicología para así ayudar a la gente con sus problemas reales, olvidándose del agua y de las obras que siempre imaginó desde niño. A los seis meses de comenzar sus estudios universitarios, conoció a Evelien, su novia. Los dos estudiaron juntos, Immanuel psicología y Evelien Ciencias económicas. Al terminar los estudios Evelien se puso a trabajar e Immanuel comenzó su carrera en la universidad impartiendo clases de la asignatura psychopatology de quinto curso. Un día ambos fueron juntos a una cena de antiguos alumnos que se prolongaría hasta altas horas de la madrugada, llevaban un tiempo distanciados, cada uno inmerso en su propio grupo de amigos del entorno laboral. Al terminar la noche y tras casi no haber mediado palabra, Evelien se acercó a Immanuel y le dijo que ya no quería estar más con él. Sin inmutarse la miró y le preguntó por el motivo. Ella dijo que no era ninguno y que eran todos, desde su origen rural hasta su falta de ambición, en resumen que ya no era suficiente para ella, que buscaba algo mejor. Immanuel le acompañó a coger un taxi con lágrimas en los ojos y más de cinco copas encima, vio a Evelien disiparse al volver la esquina para siempre. Ese día al volver a casa el joven psicólogo se desplomó en el suelo y lloró hasta verse inmerso en una serie de convulsiones que convergían en el espanto. Pasó las peores tres semanas de su vida, hasta que decidió dejarse la universidad y pidió el traslado a la Universidad de Valencia, año 1995.

Pronto Immanuel encontró su sitio en la capital del Turia, y entró como profesor asociado en la facultad de psicología, ésta vez impartiendo las asignaturas de Psicopatología de los procesos y psicología anormal I y II. En su nueva andadura como profesor encontró el refugio suficiente para poder por lo menos no caer en episodios de profunda tristeza. Pasó años publicando, enseñando y creciendo como miembro dentro de la horizontal estructura universitaria. Tras ocho años en la UV, conoció a Susana, una joven estudiante de la facultad que le hizo volver a sentir lo que algunos se empeñan llamar amor y pocos se atreven a definirlo con certeza y honradez. Ella siempre iba a su clase de cuarto curso, atendiendo con especial interés a todos sus movimientos, embriagada por cada palabra, que emanaba del interior de Immanuel como música celestial. Corría el año 2003 y frente a viento y marea se fueron a vivir juntos, con el rechazo notable de la familia de Susana y la desaprobación del cuerpo académico de la universidad. Todo marchó bien hasta que dos años más tarde Susana desapareció, tan sólo le dio una breve explicación telefónica que se podía resumir en unas ganas voraces de vivir su propia vida. Immanuel se consumió durante un mes en su casa, sólo, con la leve excusa de una baja por depresión. No comía, ni dormía sin la ayuda de pastillas cada vez de mayor gramaje, ni siquiera sentía.
El 12 de febrero de 2005 cogió una libreta, un portaminas, diez cajas de minas de repuesto, dos mil euros, su documentación y se trasladó a Nuenartín, un pueblo del interior de la Comunidad Valenciana. Se refugió en una cabaña que tan sólo disponía de una cama, una mesa, una silla y humedad. Fugazmente iba a la tienda del pueblo a comprar la comida imprescindible para subsistir, y empezó a escribir su teoría. Como los grandes, loco de pena y desazón cogió su lápiz y escribió. Aquí les resumo lo que me contó de su teoría cuando lo conocí en el bar los cuatro vientos de la ciudad de Valencia.

“Una mujer al menos una vez en su vida tiene que hacerle daño a alguien al que ha amado, normalmente se trata de su primer amor verdadero. Esto responde al proceso natural de crecimiento de las mismas. Primero se enamoran, inseguras, después se sienten fuertes y henchidas por el amor y el cariño que han recibido, para más tarde echar a volar con su alimentado ego, dejando atrás al que fue tan sólo un paso en su camino. Por lo tanto es de sabios estar con una mujer ya experimentada, seguro ésta ya ha hecho su daño y no serás tu quien la haga crecer, creceréis juntos. También te digo buen amigo que hay excepciones que refuerzan mi teoría…”

Pasó largo rato hablándome de su teoría, yo escuché atentamente y me marché.

Hoy Immanuel deambula por la ciudad de Valencia, siendo rechazado por toda la comunidad científica por su teoría, que consideran misógina. Es la historia de un niño holandés que un día quiso ayudar, el amor no le dejó.

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viernes, noviembre 17, 2006

El pájaro obeso y el ángel



En mi calle, a medio camino entre el amputado río y el recalentado mar, vive un pájaro de bello y suave plumaje. Un pájaro que habita a ras del suelo y que destaca por su excesivo volumen. Alguien le dijo un día que no era gordo, que era grande, y que dentro de su enorme barriga albergaba un tesoro. El pájaro tiene un problema que no eclipsa su enorme y aparente felicidad, y es que no puede volar, por un extraño temor o por el simple sobrepeso. Su felicidad aún así nadie la cuestiona y es admirado, querido e incluso envidiado por las gentes que de él saben. Puede parecer que su falta de movilidad le ha evitado conocer mundo, pero no es así ya que el mundo ha desfilado por su calle. Como rindiéndole tributo, o un misterioso homenaje que consiste en traerle el mundo a su hogar. De este modo ha convivido con múltiples culturas, ha incluso habitado con sicarios, chamanes, sacerdotes, imanes, maestros sufís y personas de toda clase y condición que se le presentan para que agudice su sabiduría. Pero jamás ha viajado.

Un día hace un año y algo más, exactamente el 18 de Junio de 2005, conoció a alguien que le hizo tener por primera vez en la vida ansia por viajar, por abandonar su implosión existencial y sacar el mundo de su interior para colocarlo en su sitio. Conoció a un ángel, ángel del sexo o del sentido de la vida. Ángel eléctrico que pone belleza allí donde va sin importar el resto del decorado. Como mariposa que aletea en una refinería, como un ramo de flores anónimo en una descuidada embajada, como una carta de amor dejando flotar sus versos en el cieno. El Ángel respondía al nombre de Paca, transmitía una fuerza que ella se esforzaba en llamar debilidad. Sobre sus hombros un peso incalculable y en sus actos una integridad y una vitalidad que no se puede encontrar por más que se busque bajo el tapiz de nuestro mundo. El pájaro abandonó su calle de manos del ángel que lo llevó volando hacia dentro del mar. Le puso olor, sabor y color a un mundo demasiado bello para haberselo comido. El pájaro abandonó su calle y negó todo aquello que se le imponía, para volar, volar hacia dentro y convertir el vuelo en una poesía de vida. De éste modo estuvo más de tres semanas viviendo un sueño, escuchó picar a pájaros carpinteros a ritmo de jembé, observó coreografías imposibles de gaviotas y delfines y otras cosas increibles. Pero él no podía volar, o sentía aun aquel extraño miedo. Una buena mañana, como cada día saludó al sol, pero esta vez le pidió al ángel que lo llevase a su calle, para poder vivir lo que todo el mundo le atribuía como destino. Volvió para hacer pequeño el mundo, pero ahora cuando recuerda a Paca, algo le sonríe en el interior. Hay gente que vuela y sólo por eso la ama, volando, volando y sin parar de amarla. Por muy grande que sea el vértigo.

Ayer el pájaro obeso vió pasar a Paca, no llevaba de la mano a nadie, ahora le toca surcar el cielo sin tener que mostrarselo a quienes carecen de valor.

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miércoles, noviembre 15, 2006

El niño vecino

Hace años que habito en el mismo lugar. Sito en medio de una ciudad de esas que hacen del anonimato y el individualismo los colores básicos de su identidad, una bandera. En una gran avenida, dentro de un edificio con ciento veinte viviendas, distribuidas en dos escaleras, diez plantas y seis pisos por planta. En una colmena en la que nadie sabe quien es quien, los saludos deben ser arrancados de las personas, absortas en su pasajera existencia. Éste es el lugar donde se suceden los extraños hechos que voy a contar. Y el protagonista es un niño vecino cuyo extraño comportamiento rebasa la explicación psicológica posible.

El niño vino con su madre y con su abuela hace años, procedentes de un pueblo que se encuentra en el interior de alguna despoblada provincia. Desde el primer momento en que lo vi, noté que su mirada y su expresión no eran propias de un niño, como si alguien habitara escondido dentro de él. Y si alguien se esconde seguro que no es por sentir abrigo.

Cuando vino a vivir a la puerta contigua a mi vivienda sólo era extraña su mirada, entre inteligente y macabra. Pero era muy pequeño, tendría unos cinco años, y sus comportamientos más ruines se reducían a algún mordisco o grito exagerado. Entonces empezó a crecer.

Un día iba paseando por la calle cuando de repente una piedra pasaba a escasos centímetros de mi cabeza, me volví y ahí estaba, desafiante, haciendo evolucionar su mirada hasta el punto de producir escalofríos. No le di importancia, aunque si comprobé que ahora que había crecido ya podía lanzar proyectiles en cualquier momento. Algún otro día lo ví subirse a sitios altos para después lanzarse y sentir el dolor sin quejarse, primero el capó de un coche, después un jardín alto, para terminar subido a un andamio y tirarse prácticamente de una primera planta. Todo esto con los aullidos pertinentes de sus perseguidoras, madre y abuela. Tampoco me parecía digno de mención porque al fin y al cabo era un niño, y los hay más y menos traviesos.

Otro día subía la madre en el ascensor, el niño lo hacía por la escalera y yo salía de casa.

Madre- Hola, que tal te va? Cuanto tiempo sin vernos.

Yo- Muy bien. Si, la verdad es que ahora paso poco tiempo por casa. Y el niño?

Madre- Sube siempre por las escaleras, espera que le doy un susto.

La madre se escondió, justo en la esquina que venía de la escalera y comunicaba con el pasillo distribuidor de las viviendas. El niño llegó, y la madre le dio un susto. Hasta aquí todo normal, porque no hemos hablado de la reacción del chaval. Me miró con ojos enfurecidos mientras no paraba de dar patadas a su madre, difícil de describir porque sus movimientos eléctricos y crueles no podían tener explicación alguna.

Al día siguiente la madre me llamó a casa y me pidió ayuda para colocar unas ventanas que le habían arreglado, estuve un rato hablando con ella hasta que apareció el protagonista de nuestra historia al fondo del pasillo. Me vio, sonrió y sin mediar palabra vino corriendo hacia mí. Yo separaba los brazos para recibirlo con afecto, él se acercaba con gran velocidad, llega, lo intento coger y zas!, sus manos se escabullen de las mías y me capa con ambas. El dolor era intenso, pero yo, sinceramente, no sé si sentía más incomodidad por el dolor o por el hecho de estar en casa de mi vecina con su hijo balanceándose colgado de mi aparato. Extraña situación.

Todas estas cosas pasaron cuando el niño tenía entre cinco y siete años, pero hace poco viví algo que desencadenó lo que ahora me preocupa. La escena se produce en el portal del edificio. Yo hablaba con el portero de cualquier tontería cuando aparece el niño con la señora que lo cuida, otro encanto de mujer que ronda los cincuenta años. La mujer hablaba desesperada:

Mujer- Como se va a poner tu madre cuando vea lo que traes!
Yo- Que pasa?
Mujer- Nada, mira lo que le da por escribir ahora.

Entonces fue el niño el que me tendió la mano con una pequeña libreta de tapa azul. En la libreta había escrito lo que parecía ser una historia por capítulos. La historia, que no puedo transcribir aquí porque no la recuerdo, trataba de asesinatos, macabras ejecuciones realizadas por un niño a su padre, a sus amigos y a sus hermanos. Con todo lujo de detalles y con faltas de or-

tografía que aun las hacían más inquietantes. Me quedé blanco, y miré apenado a la cuidadora que no entendía tanto horror, ella también era ejecutada en la libreta y guardada a trozos en un armario. Me dirigí al niño:

Yo- Vaya tela! Porque no escribes cosas más bonitas?, no ves que esto a la gente no le gusta, le pone triste.

Niño- No me gusta escribir de otra cosa. Me gusta esto.

Yo- Y no te da miedo?

Niño- No.

Dejé de hablar con él para no darle mayor importancia a sus textos, pensando que tal vez sea algo pasajero.

Mis conocimientos de psicología son muy reducidos pero el origen del comportamiento extraño de este niño puede ser variado. Videojuegos, Televisión, excesivo consentimiento, deseo de llamar la atención, algún otro juego que comparta con sus compañeros de escuela. Pero esto no explica todo, quizá tan sólo una pequeña parte, por lo que cualquier teoría se puede quedar coja sin conocer más profundamente al niño.

Pero para evitar cualquier tipo de duda, el destino ha querido que yo presencie algunas cosas que me cuesta contar. El niño, cada día desde hace al menos tres o cuatro semanas toca a mi puerta a las seis de la mañana, yo me asomo por la mirilla y lo veo con cara de sueño repetir las palabras: “Tengo todo el tiempo del mundo y tú ya no perteneces al mismo”, las repite una y otra vez, durante veinte minutos aproximadamente, y luego calla. Vuelvo a mirar y ya se ha ido.



Hasta hace cuatro días que abrí la puerta. Me lo encontré con los ojos en blanco y salió corriendo. Fui tras él, salimos del edificio y corrí hasta adentrarme en la huerta limítrofe con la ciudad. Atravesé campos de trigo, de caña de azúcar, de nogales, de yuca y té, praderas con ciervos e incluso un bosque. Nada de esto se encuentra donde yo lo hallé. Seguí corriendo hasta atraparlo y cuando lo tenía en mis brazos se escurrió y se transformó de repente en una piedra con forma cúbica que humeaba del frío. Volví a casa aterrado, atravesando huerta abandonada y urbanismo depredador, ya no había campos ni praderas. Al día siguiente por la tarde me lo encontré y rió.
Ahora me consta que la madre lo hace salir poco a la calle porque la cabeza le está creciendo y puedo asegurar que en cuatro días ha aumentado a una vez y media lo que era. Sigue apareciendo cada mañana a las seis, ahora con su sobredimensionada cabeza, no he vuelto a abrir. Pero le sigo escuchando, sin cesar: “Tengo todo el tiempo del mundo y tu no perteneces al mismo”.

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lunes, noviembre 13, 2006

Robando para ella




El otro día mientras paseaba por la calle a altas horas de la noche me ví reflejado en una pared de piedra. Sorprendido por tal efecto le pregunté a mi reflejo lo que sentía por ella, atormentado por los celos. Pronto descubrí que mi interlocutor es el ladrón que llevo dentro, el que, por no hurtar besos roba almas a los que un día murieron vírgenes por esconderse tras una máscara. Incluso con máscara se mostró empalagoso de talento. El ladrón me contestó:




Un sólo ser ha alcanzado un plano de vida cuya imagen es comparable a las serenas perfecciones del Renacimiento, y resulta que este ser es precisamente Ella, mi futura esposa, a quien me fue dado escoger por milagro. Se compone de esas fugitivas actitudes, esas expresiones faciales de Novena Sinfonía, que, reflejando los contornos arquitectónicos de un alma perfecta, cristalizan a la orilla misma de la carne, en la superficie de la piel, en la espuma de mar de las jerarquías de su propia vida, y que, después de ser clasificadas, clarificadas por las más delicadas brisas de los sentimientos, se endurecen, se organizan y se hacen arquitectura de carne y hueso. Y por esta razón puedo decir de Ella sentada, que se parece perfectamente, que es igual en la gracia de su actitud al Tempietto de Bramante, junto a la iglesia de San Pietro in Montorio, de Roma; puesto que, como Stendhal en el Vaticano, yo también puedo medir exactamente las esbeltas columnas de su orgullo, los tiernos y tenaces balaustres de su infancia y las divinas escaleras de su sonrisa. Y así, mientras la observo de reojo durante las horas largas que paso agazapado ante mi folio en blanco, me digo que está tan bien pintada como un Rafael o un Vermeer. Los seres que nos rodean parecen no estar ni acabados, y están tan mal pintados! O mejor, se parecen a los bocetos caricaturescos dibujados precipitadamente en terrazas de café por hombres que tienen el estómago convulso por el hambre.
E.S.D.

El reflejo marchó y con él se fue el ladrón que se aloja en mi seno.

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domingo, noviembre 12, 2006

La crítica convulsa

El escenario puede ser un poblado marítimo o un barrio abierto en canal. Situar una historia en un determinado espacio puede ser más o menos interesante, según el discurrir de la misma, y la incidencia que pueden tener los decorados en las historias. Un barrio abierto en canal y lleno de acopios de áridos y pequeños montes de escombros, enseñando la calle al desnudo, calle que cubre de polvo su nombre para, así, no ser reconocida y pasar la vergüenza de ser recordada de tal modo. Ésta vez la propia calle toma posesión de quien por allí pasea y lo abre en canal, para acabar con su paciencia, con la propia sonrisa, acabar hasta con el gusto por caminar y conocer. La calle transforma la sonrisa en ceño fruncido y carrillo tenso.

A la calle avergonzada te pueden llevar varios motivos. El primero, y no por eso más habitual, es llegar de madrugada para poder oler el, extremadamente salino, Mar Mediterráneo; para escucharlo, para sentirlo y convertirse en pez, confuso por los cauces secos. El segundo motivo, y no en importancia como ya he mencionado, es pasar de largo por la calle, para reirte de ella, para desempolvar el cartelote y ponerle nombre y apellido, verle las entrañas y preguntarle a los que allí habitan si merece la pena tanta cirugía para una sola calle. El tercer motivo, que fue el que me llevó ayer a la tímida calle, es visitar uno de los, también tres, sitios que allí permiten u obligan la parada.

Si el deseo es parar, normalmente es para compartir, para dar algo que no necesitas dar para disfrutarlo, para compartir el gozo con los que te acompañen en el camino. El primer sitio donde puedes parar es la casa de Guillermo. Guillermo vive en un bajo y al que osa parar delante de su siempre visitada morada, le obsequia con una hogaza de pan, un tomate, un botellín de aceite y dos anchoas. Se trata de alguien peculiar, que tal vez tenga la sensación de que la calle es demasiado larga para recorrerla sin avituallamiento.

Si no paras en la casa de Guillermo, podrás arrepentirte, porque tras ella la calle sube grandes pendientes hasta la cima de la pequeña montaña que, cerca del mar, embellece la zona. Al llegar casi a la cima de la montaña hay una cueva, en la cueva vive un viejo cocinero, cuenta la gente del poblado que ya tiene más de cien años. El viejo cocinero te proporciona grandes cantidades de comida sin gran elaboración, en platos y copas sucias, que el sabor de la buena materia prima te puede hacer olvidar por momentos, recuerdo aún un panecillo recubierto de queso fundido. Seguro en el pasado fue de otra manera, pero los fogones en una cueva deben tener algo que ver con la decadencia de su gusto por la calidad del servicio y el trato. Eso sí, el saber escoger lo mejor que da la tierra y el mar es una cualidad que posee el viejo y pocos más.

Una vez llegado a este punto, la decisión sólo puede ser seguir de largo, así fue, ya sólo nos queda el tercer sitio. Es entre todos el más peligroso, está gestionado por la mafia siciliana y puede ser peor si lo ves extrañamente vacío. Aquí la vida vale poco. El gerente, Druso Maggioni, te ofrece sólo productos de Sicilia que su madre le envía por correo semanal y puntualmente. Si pones una mala cara a cualquiera de sus preparaciones, ya no vivirás para contarlo. Tienes que comer con la cabeza gacha haciendo reverencias a cada una de sus indicaciones. Comer con gusto o morir, parece ser el lema de esta extraña facción de la mafia. Si aún no has parado, te debes quedar aqui y marchar. La primera prueba es beber vino blanco sin descanso hasta que te comas 25 erizos, un gran número que pierde fuerza cuando los ves tristemete vacíos. El erizo sabe a mar, pero lo colorea de naranja y lo adhiere a sus paredes, como un artista no cautivado por la gran masa de agua. Una vez superada la primera prueba tienes que probar su pizza, sin atormentarte porque sea frita, un pisto, sardinas obesas por comer grandes cantidades de Hippocampus hudsonius, queso a la plancha... vino por fascículos y un postre que obvia lo dulce. Druso es muy duro, es un charlatan que se aprovecha tal vez de ser el último sitio del camino, te pedirá hasta el último céntimo que portes como pago por su comida por correo.

No existe razón alguna para mostrar estos sitios a los que son ajenos a las intimidades de la calle, no tiene nada de especial, tan sólo el hecho de existir y de ser distinto. Pero si alguna vez alguien te lleva a parar en cualquiera de las tres estaciones, no lo juzgues, no te enfades, ni siquiera cambies la expresión de tu cara. Tal vez de éste modo lo único que conseguirías es que el guía quiera empolvar su existencia, avergonzado como la calle abierta en canal. Cabizbajo y huidizo por la crítica convulsa. Tal vez llegue el momento en el que calles extrañas como ésta no existan, o simplemente nadie quiera mostrarlas.

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viernes, noviembre 10, 2006

La puerta de fantasía

No son pocas las historias ocultas y cuasi-paranormales que se suceden en los ámbitos urbanos. Los secretos que tras las puertas permanecen ocultos, incluso cuando dichas puertas se abren para dejar pasar algo de luz y aire que permita la subsistecia. Un edificio cuya fachada es una gran pizarra, todos se acercan allí para escribir su historia, siempre una triste historia, también unos pocos se acercan con un borrador y, de este modo, eliminan de la pared y del ámbito urbano las penurias de algún afortunado desconocido. Esa fachada es mágica y, aunque en su superficie crece un andamio con forma de enredadera, los viejos obreros que allí trabajan no pueden disimular su constante levitar.

Yo siempre me he preguntado sin comentárselo a nadie cual será el origen de tan inusual estructura, me trasladé al Colegio de Arquitectos y consulté quien era el creador de la extraña fachada. El Arquitecto se llamaba Agustín Yebenes Monterrubio y la obra data de 1967. Lo extraño es que el señor Yebenes falleció diez años antes de la construcción, en la famosa riada que azotó la ciudad de Valencia el 14 de Octubre de 1957. Hasta aquí llegaba mi investigación hasta hace pocos días.

En uno de los locales comerciales que se ubican en la alineación Este del Edificio se situa un lugar llamado Fantasía. Con la puerta siempre entreabierta, día y noche, la policía no quiere saber nada. Tras el sucio cristal se adivinan dos perros que miran ansiosos, a través del mismo, con ojos que no se esfuerzan en esconder el delito. Estaba pasando algo y tenía que saberlo, me acerqué a la parroquia más cercana y le pregunté al Hermano Calixto si conocía lo que se encuentra tras el cristal y los eternos perros. El Hermano Calixto asintió y me hizo pasar a una sala posterior de la parroquia, le seguí haciendo un esfuerzo por caminar al paso de sus cortas piernas, entramos en la sala y abrió otra puerta más pequeña. Me agaché y entré, como acto reflejo encendí un mechero para poder ver algo... no había nada más que recortes de periódicos, algún papel escrito a mano, un par de velas casi gastadas y las letras "YEBENES" escritas en la pared con lo que parecía ser barro. Vaya!, El Arquitecto!, le dije al Hermano; Más que eso! No lo nombres, ni lo busques o acabarás siendo él, respondió con voz temblorosa. Pasé largas horas hablando con el Hermano y me contó cosas que nadie sospecha en los dos mundos que a duras penas conviven en la ciudad... existe una tercera realidad en discordia.

Tras la puerta entreabierta de Fantasía, durante la inundación, se escondió Agustín Yebenes con sus dos perros para salvarse de aguas y acreedores. Salvó su vida y la de sus perros escondido con abundante comida y un fusil Mauser español, modelo 1893, calibre 7x57 mm. Pero esta vez el mejor amigo del hombre le traicionó. Una vez se acabó la comida los perros acabaron con un Agustín que se encontraba dormitando con la puerta de fantasía entreabierta. Con la aparición de un ultramarinos y luego supermercado en el local contiguo los perros aseguraron su subsistencia. Pero perros que viven desde 1957 tienen que ser necesariamente inmortales, y junto al viejo fusil guardan el secreto de su eterna existencia pagando el precio de mantener la magia en una gran fachada creada tan sólo para borrar las penas. Agustín no falleció el 14 de Octubre de 1957 como se extrae de la historia, murió años más tarde ahogado en una infinita tristeza que ahora quiere extirpar del resto de habitantes del barrio. Pero y los perros? Y la pizarra donde escribir las penas... eso es otra historia.

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